La mirada anterior
Octavio Paz
Hace unos ańos me dijo Henri Michaux: "Yo comencé Publicando pequeñas plaquettes de poesía. El tiro era de unos 200 ejemplares. Después subí a 2,000 y ahora he llegado a los 20,000. La semana pasada un editor me propuso publicar mis libros en una colección que tira 100,000 ejemplares. Rehusé: lo que quiero es regresar a los 200 del principio". Es difícil no simpatizar con Michaux: más vale ser desconocido que mal conocido. La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver. Además, la obra debe preservar su misterio. Cierto, la publicidad no disipa los misterios y Homero sigue siendo Homero después de miles de años y miles de ediciones.
No los disipa pero los degrada: hace de Prometeo un espectáculo de circo; de Jesucristo, una estrella de music-hall; de Las meninas, un icono de obtusas devociones, y de los libros de Marx, objetos simultáneamente sagrados e ilegibles (en los países comunistas nadie los lee y todos juran en vano sobre ellos). La degradación de la publicidad es una de las fases de la operación que llamamos consumo. Transformadas en golosinas, las obras son literalmente deglutidas, ya que no gustadas, por lectores apresurados y distraídos.